Desde el marco natural que nos ofrecen los kioskos de la playa, observamos como el roedor del pueblo vecino parece abandonar el mismo al anochecer.

Como si de una imagen divina se tratara, lor rayos de sol se reflejan en el agua y muetran al velero el camino a seguir para disfrutar del día soleado.

Entre la pidra y la montaña se mueven las aguas de una mar que nada tienen que envidiar al Mar Caribe.

En el puerto deportivo, las embarcaciones esperan perfectamente colocadas para salir a pasear por el mar.